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El reto de la desigualdad: cuando el pastel no alcanza

Comprender a fondo esta problemática puede ser complejo, pero la tarea de atacarla sin dilaciones es ineludible.


Por Linda De Donder

25 de julio 2025, 07:30 a. m.


El jurista y filósofo francés Montesquieu ya lo dijo en el siglo XVIII, hace más de 200 años: “Una injusticia hecha a una sola persona es una amenaza hecha a toda la sociedad”.

Y agregaría, en las palabras de Amartya Sen, premio Nobel de Economía, en su libro La idea de justicia, que lo que nos mueve “no es tanto que el mundo no es justo del todo, lo cual pocos esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables en nuestro entorno que quisiéramos suprimir”.


Pero ¿qué es esa (in)justicia? Una de las razones por las que nuestro entorno no nos parece justo es que no todos pensamos igual sobre qué es justo. ¿La justicia moral es igual a la social, la legal o la económica? Además, dirán abogados y jueces, está la justicia restaurativa, la probatoria, etc. Entonces, ¿qué es justo? Y, si se hace justicia a una persona, ¿siempre se percibe como justo para otra?



Imaginemos un pastel gigante, horneado para 50 familias: algunas con niños, algunas sin ellos, unas de personas mayores y otras no… En fin, un poco de todo, como es el mundo.

Si el pastel es suficientemente grande para que todos los comensales satisfagan su hambre, a pocos les importará si uno tuvo un pedazo más grande que otro. Nos llenamos todos, y perfecto.


Otro contar es cuando no alcanza. Y ahí llegamos a esa pregunta que, a primera vista, tenía una respuesta sencilla: ¿qué es justo?

¿Será lo más justo repartir el pastel en partes iguales? Así, cada uno tiene la misma cantidad, ¿cierto? Pero ¿en 50 partes –porque hay 50 familias– o en más porque unos hogares son de siete personas, otros de dos personas, y por ahí algunos que están solos? Ya escucho los primeros murmullos de desacuerdo… y descontento.


Si en realidad algunos de nosotros no tenemos hambre, porque ya almorzamos bastante y estamos participando en el evento más que todo por placer, ¿aceptaremos que nuestra parte vaya a alguien más que, a lo mejor, no come desde el día anterior?

Viéndolo así, la justicia se complica un poco más todavía. Y seguimos. Intentemos, entonces, repartir según lo que aportamos. Rápidamente, nos podríamos dar cuenta de que quienes aportaron más, muy probablemente son las familias más pudientes, a menudo más pequeñas, las cuales reciben una parte relativamente grande.


¿Y qué hacemos si algunos no tenían dinero para aportar ingredientes, pero sí ayudaron a hornear? ¿Vale para una parte igual o les damos la mitad solamente, o a lo mejor las migas que quedan?


O tal vez quienes aportan más dirán: “Yo trabajé duro para poder aportar más a este pastel, merezco un pedazo más grande”. O “el que es pobre, es porque quiere”, como se escucha a veces, obviando que ningún niño elige en qué familia y estatus social se coloca su cuna.

Vamos más allá: todo lo anterior parte de que solo estas 50 familias participaron. ¿Permitiremos que se quede gente afuera, viéndonos comer con ganas, sin tener nada ellos, solo porque llegaron tarde y no pudieron participar y aportar su parte para el pastel? Sin duda, además, hay gente que ni llegó porque, como no tenía dinero, no se inscribió, asumiendo que no iba a recibir nada. O que no sabían que uno podía inscribirse y quedaron fuera… También habrá gente que se cansó de esperar justicia y desea tomarla por sus manos, o que prefiere robarse una parte.


Cuando el pastel alcanza, es fácil. Con el vientre lleno y dinero para más en el bolso, todos estamos contentos.

En el momento en que no alcanza es cuando el tema se pone difícil. Tenemos que sopesar, entonces, si nuestros intereses tienen prioridad sobre los de otras personas, si lo que aportamos a la mesa debe servir para nosotros primero o para que la sociedad, toda junta, pueda tener suficiente.


Y, sin embargo, no hay quite. Vivimos todos juntos en nuestra sociedad. Podemos construir muros alrededor de mansiones y barrios, pero seguimos siendo parte de ella. Y, para regresar a las palabras de Montesquieu: si esta sociedad no se percibe como justa, se amenaza nuestro bienestar. No nos queda otra que seguir intentando buscar la mejor distribución del pastel, para que por lo menos nadie se quede afuera.


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Linda De Donder es directora de la Fundación Tejedores de Sueños.

 

 
 
 
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